Cuarto Encuentro de los Premios Nobel de Economía

Schwerpunktthema: Rede

Lindau, , 24. August 2011

Federal President Christian Wulff speaking at the Lindau Nobel Laureate Meeting

El panorama que se ofrece desde aquí arriba es extraordinario: delante, en las primeras filas, la juventud, el futuro, detrás el presente. Pero por ahí atrás ya se ha oído un bebé, así que también ustedes, los que ocupan las filas delanteras, deberían estar atentos, porque la próxima generación ya se anuncia. Claro que en los próximos veinte, treinta años, serán ustedes los grandes protagonistas y en ustedes están depositadas grandes expectativas.

Les doy mi más cordial bienvenida en esta bella localidad de Lindau, a orillas del Lago de Constanza. Alemania quiere presentarse ante ustedes como el país abierto al mundo que es y está interesada en conocer las experiencias acumuladas por ustedes en sus países, regiones y continentes.

Antes de nada quiero expresar mi cordial agradecimiento a la Condesa Bernadotte y al Profesor Schürer, agradecimiento que hago extensivo a las y los colaboradores de la Fundación. Por cuanto sin duda tienen ustedes el gran mérito de haber convertido, a través de su gran empeño personal, estas jornadas que se celebran aquí en Lindau en un foro de debate seguido mucho más allá de las fronteras de Alemania.

Esta reunión congrega bajo un mismo techo a diecisiete Premios Nobel y varios cientos de jóvenes economistas de talento llegados del mundo entero. Ayer incluso hicimos una excursión en barco por el Lago de Constanza, un hermoso símbolo de lo que hoy importa más que nunca. Decenios de trabajo científico innovador y muchos decenios de futura investigación y asesoramiento político reunidos bajo un solo techo, en un mismo bote.

Vamos a necesitar su concurso. El futuro está en manos de la generación joven y en estos momentos, estoy plenamente convencido de ello, nos encontramos en un punto absolutamente decisivo. Llegará el día en que nos demos cuenta de la enorme repercusión que tendrán nuestras acciones u omisiones actuales sobre las décadas venideras.

Para mí es este el momento de tener presentes algunas cosas: la importancia de los Estados Unidos de América para el mundo y la economía mundial, la importancia y la responsabilidad de Europa con el mundo y la importancia de las relaciones transatlánticas entre Europa y América, sustentadas en valores compartidos. Por cuanto tenemos cada vez más una política interior mundial. Y dentro de esa política interior mundial la clave estriba en que se reconozcan las interdependencias, en que se convengan modalidades cooperativas para adoptar y asumir decisiones y responsabilidades conjuntas.

En Europa deberíamos traernos a la conciencia lo desgarrados y contradictorios que fueron los últimos cien años y lo ocurrido en este nuestro continente a lo largo de los últimos cien años, entre 1911 y 2011: En la primera mitad de ese período se sucedieron dos guerras mundiales, la Shoa, la crisis económica mundial, la división de Europa y del mundo por el Muro de Berlín y el telón de acero en la Guerra Fría. Y asimismo deberíamos tener presente lo ocurrido después en los últimos cincuenta años, los logros alcanzados, primero en Europa occidental y a continuación en toda Europa: la paz tras milenios de guerras, un mercado interior común, el bienestar, un espacio de libertad, democracia y justicia. ¡Qué conquistas tan extraordinarias!

Todos tenemos el deber de proseguir estas conquistas en el futuro y crecer con las grandes tareas de los tiempos actuales. Nuestra Europa tiene que merecer todo el esfuerzo de todos y cada uno de nosotros. Nada se puede dar por descontado. Nada se debe tirar por la borda. A la postre, el destino de Europa es el destino de todos sus pueblos. Los intereses alemanes y europeos no se pueden disociar, son las dos caras de la misma moneda. Por eso es tan absolutamente necesario defender coherentemente las aspiraciones comunes. Los alemanes somos conscientes de esa responsabilidad que asumimos en y para con Europa.

Tiempos difíciles también los hubo antes, ya lo he mencionado. El feliz decurso de la segunda mitad de los últimos cien años debería hacernos ver las posibilidades que se nos ofrecen y la responsabilidad que tenemos de cara a los próximos cien años, para que también esos próximos cien años sean una época de libertad, democracia, paz y convivencia y no recaigamos en viejos atrincheramientos.

A lo largo de estas últimas semanas, en Europa y en los Estados Unidos de América una cosa está quedando más que patente: La crisis de los bancos y de la deuda ha llevado a la política, a los gobiernos y a los bancos centrales al límite de sus posibilidades. Las tareas que tienen que superar en estos momentos los gobiernos de todo el mundo son inmensas y tienen repercusiones en todo el mundo: aumento de los precios de las materias primas y de los alimentos y recalentamiento de las economías, por ejemplo en los países emergentes. Muchas de las medidas adoptadas contra la crisis son extremadamente controvertidas. Lo que ocurre es que en el ámbito de las ciencias económicas no todos mantienen un criterio uniforme. También los Premios Nobel de Economía aquí reunidos tienen puntos de vista muy diferentes. Así tuve ocasión de comprobarlo anoche en un magnífico debate con cinco Premios Nobel. Los gobiernos tienen que tomar decisiones sobre esa base incierta. Con todo, tienen la obligación de ejercer un liderazgo valiente, para recuperar cuanto antes la confianza y la credibilidad. Y para ello tienen que tener una noción clara de lo que les pueden exigir a sus pueblos con según y qué medidas. Esto deberíamos tenerlo presente a la hora de criticar a las y los políticos por actuar con titubeos y, en ocasiones, lanzar mensajes contradictorios.

Al desatarse la crisis existió muy pronto un consenso a escala global. Se aprobaron paquetes coyunturales de un volumen sin precedentes. Se acudió inmediatamente en auxilio del sector financiero y de los bancos con dinero del contribuyente, garantías estatales y masivas transfusiones monetarias a través de los bancos emisores. En 2008 se trató de evitar a toda costa el colapso circulatorio y estabilizar al paciente, la economía mundial. Quiero recordar aquí que eso ocurrió con el propósito de, a continuación, someter al paciente, la economía mundial, lo antes posible a una terapia. Pero hoy por hoy el sector bancario sigue presentando síntomas de debilidad, la deuda pública de las grandes economías alcanza niveles récord y los problemas fundamentales para el crecimiento y la competitividad están tan presentes como antes. Lo que se hizo fue ganar tiempo en lugar de utilizar el tiempo para curar al paciente.

En la XIX Reunión de la Asociación Federal de los Bancos Alemanes ya advertí al sector financiero. Ni hemos eliminado las causas de la crisis ni podemos afirmar hoy que, detectado el peligro, este haya quedado conjurado. De hecho seguimos asistiendo a un proceso que recuerda a un dominó: Primero algunos bancos rescataron a otros bancos, a continuación los Estados rescataron sobre todo a sus bancos, ahora la comunidad internacional rescata a algunos Estados. Ante esta situación, no resulta improcedente preguntar: ¿Y al final quién va a rescatar a los rescatadores? ¿Cuándo van a repartirse y entre quién los déficits acumulados o, dicho de otro modo, quién va a soportarlos?

A lo largo de muchos años en muchos países los problemas se fueron aplazando una y otra vez a base de incrementar el gasto fiscal, aumentar el endeudamiento y abaratar el dinero. Eso es lo que estamos prolongando en el momento actual. Dentro de ese marco se consumió y especuló a lo grande, en lugar de invertir en buena educación y formación profesional, en investigación e innovaciones de futuro, en todo aquello que permite que una economía sea productiva y competitiva. El resultado son enormes agujeros en las arcas públicas; se consumieron valiosas semillas en lugar de cultivar el terreno fértil. Y aquí en Lindau me permito formularlo del siguiente modo: La política con letras en descubierto a futuro ha tocado a su fin. Lo que supuestamente siempre salía bien, a saber, contraer nuevas deudas, desde luego que no acaba saliendo bien. Eso de echar las cargas sobre la generación joven debe terminarse de una vez por todas. Al contrario, lo que necesitamos es una alianza con la generación joven.

Comprendo la indignación de tantos jóvenes en muchos lugares del mundo cuando se irritan porque, a su modo de ver, no se obra con equidad y sus oportunidades de futuro en parte ya se agotan en el presente. Porque aquí lo que está en juego son sus oportunidades de futuro. El Fondo Monetario Internacional incluso advierte desde hace algunos años de que pueda haber una “generación perdida”.

Según mi convencimiento, todas las soluciones necesarias para resolver los problemas, sea cual sea su diseño, significan sacrificios, sacrificios para todos los implicados. Así de fáciles y a la vez de difíciles son las cosas en democracia. Pero solo habrá un buen futuro si a la larga somos capaces de retornar a la senda de una gestión económica sólida. Ello implicará recortes, recortes que son dolorosos; pero a largo plazo será esta la única manera de asegurar la capacidad de actuación y el bienestar. En este contexto es importante que las cargas se distribuyen equitativamente. Entiendo que muchos no quieran asumir que los ejecutivos de los bancos en parte ganen sueldos exorbitantes pero a la vez se sostenga a los bancos con miles de millones. Y los ventajistas del mundo financiero siguen especulando con que la política y, en último término, el contribuyente acudan a su rescate, por ejemplo porque son demasiado grandes y demasiado relevantes para el funcionamiento de la economía en su conjunto.

Recuerdo que, cuando tenía la edad que tienen ustedes ahora, un empresario me contó lo que había aprendido de su padre: “Si tomas un crédito pequeño, el banco te tendrá acogotado. Si el crédito alcanza una determinada cuantía, serás tú quien tengas acogotado al banco.” Y ahora parece que si el banco tiene un determinado tamaño, el acogotado es el Estado. Eso es algo que la gente, con razón, considera inequitativo; como dice la vox populi: los débiles siempre pagan los platos rotos. Las desigualdades son una fuerza motriz importante si no resultan excesivas. Pero dejan de aceptarse cuando se privatizan los beneficios pero se colectivizan, socializan, las pérdidas, cuando se descargan sobre todos. Aquí se ventilan cuestiones de principio. La gente reacciona con irritación cuando se vulneran los principios de equidad. La equidad es una necesidad consustancial al ser humano. Esta mañana he abogado ante veinte jóvenes economistas por que no se considere todo en meros términos de cifras. Quizás en el ámbito de las ciencias económicas se hayan desatendido un poco las aspiraciones, necesidades, conductas humanas. La necesidad básica de equidad no debe perderse de vista, no se puede aceptar que haya demasiados ventajistas en un grupo social. Este aspecto me parece que se ha obviado hasta cierto punto.

El fracaso de las élites amenaza a largo plazo la cohesión de la comunidad, de la sociedad. Quien forma parte de la élite y tiene responsabilidades desde luego que tampoco debe recluirse en su propio mundo paralelo, blindado e intocable. Al contrario, cada cual tiene responsabilidad por el todo y por la cohesión dentro de un país. Que las cosas no se hacen con equidad y que las cargas se reparten unilateralmente es un sentimiento que tienen cada vez más ciudadanas y ciudadanos.

También en Europa algunos Estados han proporcionado datos estadísticos inexactos, han permitido el desbordamiento del gasto público, han aprovechado el bajo nivel de los tipos de interés propiciado por el euro para realizar gastos consuntivos o han obtenido ventajas modulando la fiscalidad. Casi todos han asistido pasivamente a esta evolución. Y demasiados lisa y llanamente han pasado por alto la creciente precariedad de las finanzas públicas, desentendiéndose de los principios económicos.

En lugar de instalar guardarraíles visibles, los gobiernos se dejan azuzar cada vez más por los mercados financieros globales. Cuando cae el Dax, el índice bursátil, los políticos tienen que interrumpir sus vacaciones. Si las cosas van bien, es mérito de la economía; si no va tan bien, es culpa de la política. No puede ser esta la división del trabajo ni en el presente ni en el futuro. Con cada vez mayor frecuencia los políticos adoptan precipitadamente decisiones de largo alcance poco antes de la apertura de la bolsa, en lugar de determinar el curso de las cosas a más largo plazo. Esto afecta a las democracias en su misma esencia.

Por mi etapa como jefe de gobierno de un Land sé que actuar es más difícil que hablar, pero por esa misma experiencia también sé que se puede consolidar el presupuesto y obtener aceptación política por ello actuando con energía y ejerciendo liderazgo político. Hoy está presente aquí en la sala un antiguo jefe de gobierno de un bello Estado Federado alemán, el Estado Libre de Sajonia. En ese Estado se ha demostrado que es posible practicar una política presupuestaria sólida con un mínimo nivel de deuda y alcanzar a pesar de ello los mejores resultados electorales, reuniendo hasta el 60% de los votos. El Profesor Kurt Biedenkopf está sentado entre nosotros. Ello debería alentar a quienes creen que no se le puede hacer saber la verdad a la gente y llamar las cosas por su nombre. Exactamente lo contrario es lo acertado, solo que hay que hacerlo de manera consecuente y convincente y con credibilidad. Y dentro de Europa quiero recordar a Letonia, un país espléndido que se ha propuesto resolver por sí mismo sus problemas y que está siguiendo una muy coherente estrategia de consolidación con indicadores más que apreciables. Una estrategia de ahorro y reformas valiente como ejemplo de cómo pueden hacerse las cosas.

Muy distinguidas y distinguidos señoras y señores, ¿qué es lo que hay que hacer ahora? ¿Cómo pueden recuperar los Estados su capacidad de actuación? ¿Cómo podemos sentar las bases para promover procesos de desarrollo económico y social estables y sólidos a largo plazo? ¿Cómo aseguramos con ello las oportunidades de futuro para las generaciones venideras?

Primero: La política tiene que recuperar su capacidad de actuación. De una vez por todas debe dejar de reaccionar precipitadamente ante cada caída de las cotizaciones en las bolsas. No debe sentirse mediatizada y no debe pasar por el aro de los bancos, de las agencias de calificación o de medios de comunicación veleidosos. La política tiene la obligación de formular el bien común, con coraje y fuerza en el marco del conflicto con los intereses particulares. La política tiene la obligación de ordenar las estructuras y, llegado el caso, adecuar el marco para utilizar de la mejor manera posible unos recursos escasos y propiciar la buena marcha de la economía y la sociedad. La política tiene la obligación de guiarse por el largo plazo y, en caso necesario, adoptar incluso decisiones impopulares. En las democracias liberales, por cierto, las decisiones siempre deben ser tomadas por los Parlamentos. Porque en ellos reside la legitimación. En la democracia el poder emana del pueblo y es ejercido por representantes y diputados salidos de elecciones y votaciones.

En Europa la lista de los problemas estructurales de algunos países es bien conocida por todos y todos los países tienen que resolver sus propias tareas: reformar su sistema educativo, mejorar la formación profesional, etc. Ludwig Erhard decía que la economía no lo es todo, pero sin economía todo es nada. Hoy en día, en este mundo en constante crecimiento demográfico, se puede hacer la siguiente aserción: La educación no lo es todo, pero sin educación casi todo es nada. Y debemos eliminar trabas burocráticas, modernizar la administración pública, simplificar la fiscalidad y combatir el fraude fiscal. Ningún Estado miembro de la Unión Europea, ningún país del mundo debería tolerar el nepotismo, el clientelismo ni la corrupción.

El punto de referencia son los principios fundamentales de la Unión Europea, establecidos por tratado, a los que tenemos que regresar sin demora: una economía de mercado social y abierta, con libre competencia, precios estables y unas finanzas públicas saneadas. Sin embargo, los Estados miembros, Alemania inclusive, llevan años violando los criterios de estabilidad acordados en su día en Maastricht.

Todos los Estados tienen que cumplir las obligaciones impuestas por el Pacto de Estabilidad, que no debe convertirse en papel mojado sino que debe mantenerse vivo, ponerse en práctica y ser aplicado. También Alemania, en la que están depositadas tantas expectativas, debe cumplirlo. Según el derecho europeo todos los Estados están obligados a reducir su deuda pública hasta situarla por debajo del 60% del Producto Interior Bruto. El año pasado en más de la mitad de los Estados miembros la deuda pública superó este porcentaje, especialmente en Grecia, Italia, Bélgica, Irlanda y Portugal. Seguidos de Alemania, con un nivel de deuda situado por encima del 83%. Los alemanes no deberíamos permitir que se diera una imagen maquillada de las fuerzas del rescatador reclamado, aunque pudiéramos sentirnos halagados por ello. Pues también sobre nuestras espaldas recaen algunos grandes retos, retos añadidos, como el desarrollo demográfico y el cambio energético. Y este hecho tampoco puede negarse.

La falta de equidad, así como las actuaciones presupuestarias y una administración económica equivocadas deben sancionarse claramente y las normas comunes tienen que imponerse a rajatabla, sin importar si se trata de países pequeños o grandes, como Alemania o Francia. De lo contrario no será posible curación alguna. Ésta solo podrá producirse si todos cumplen las condiciones establecidas. La diversidad en el seno de la Unión Europea, las diferentes formas de actuar, también a nivel político, son una de las grandes bazas de Europa. Debería ser en gran medida responsabilidad de cada Estado miembro determinar de qué manera y por qué vía cumple los objetivos establecidos en común; cada país europeo tiene la facultad de adoptar decisiones por sí mismo dentro del marco de sus competencias.

Pues solo así volveremos a dar cabida a lo que estos días tan a menudo se exige en Europa: espíritu colectivo y solidaridad. La solidaridad es una parte fundamental de la idea europea. Sin embargo, sería equivocado interpretarla únicamente como disposición a apoyar financieramente a los demás, de avalarlos o incluso de endeudarse con ellos conjuntamente. Siempre abogo por una reflexión detenida. Nadie debería exigir de los demás lo que uno mismo tampoco haría.

¿Qué es lo que realmente se exige? ¿Junto con quién solicitaría usted personalmente un crédito? ¿A quién tendría que hacerse extensiva a costa suya la solvencia que usted consiguió con tanto esfuerzo? ¿A quién avalaría usted personalmente? ¿Y por qué? ¿A su pareja y a sus hijos? Espero que sí. En el caso de los demás familiares podría ser ya más complicado. Quizá avalaríamos a alguien si fuera la única manera de darle la oportunidad de volver a empezar. En los demás casos solo daríamos este paso si supiéramos que no comporta ningún riesgo para nosotros y que el aval redundara en interés propio, en interés del otro y en el interés compartido. Incluso el avalista puede actuar inmoralmente si solo retrasa la insolvencia.

En Europa todos somos amigos, socios y parientes, hablamos de la familia europea, de una comunidad solidaria. Para mí, la solidaridad también implica no perder de vista los intereses de las generaciones jóvenes. Quien hoy pretenda paliar las consecuencias del estallido de burbujas especulativas o incluso de décadas de mala gestión solo con dinero y garantías está traspasando los problemas a las generaciones venideras y dificultando su futuro. Los que propagan esta idea pretenden salir del atolladero por la vía fácil y actúan bajo el lema “después de nosotros, el diluvio”.

Me da que pensar que los gobiernos solo a última hora se muestren dispuestos a renunciar a derechos adquiridos y privilegios y a iniciar reformas necesarias. Y aún da más que pensar cuando los máximos guardianes de la moneda sobrepasan en gran medida su mandato y compran de forma masiva bonos públicos, actualmente por un volumen superior a los 110.000 millones de euros, algo que a largo plazo no puede funcionar y solo puede tolerarse, a lo sumo, transitoriamente. También los guardianes de la moneda deben volver a atenerse con prontitud a los principios acordados. Lo digo deliberadamente, considero un hecho delicado desde el punto de vista político y jurídico la compra masiva de bonos públicos de algunos Estados por el Banco Central Europeo. El Artículo 123 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea prohíbe al BCE la adquisición directa de deuda para garantizar su independencia. Esta prohibición solo tiene sentido si los responsables no la sortean mediante cuantiosas compras en el mercado secundario. Además, la compra indirecta de bonos públicos es más cara que la compra directa. Nuevamente los actores de los mercados financieros ganan comisiones sin asumir ningún riesgo.

Un principio básico de la economía de mercado es que el riesgo y la responsabilidad vayan de la mano. Asumir riesgos implica poder fracasar. Este principio debe tener también validez para el sector financiero, tanto para los pequeños inversores como las grandes entidades. En este ámbito deben realizarse urgentemente las tareas que no se hicieron en su día, mucho más allá de los pasos impulsados hasta ahora en el seno del G-20. A fin de cuentas la clave estriba en que logremos entre todos que el sector financiero vuelva a asumir su función al servicio de la economía y a contribuir a un desarrollo global sostenible. Necesitamos mercados de capital globales que funcionen bien, sean efectivos y ayuden a dominar riesgos en vez de crearlos. Y que conecten capital con ideas, ideas para resolver los grandes retos a los que el mundo se enfrenta.

Si los Estados Unidos de América y Europa actúan con consecuencia, la recuperación llegará mucho antes de lo que muchos pesimistas quieren hacernos creer, también gracias al fuerte desarrollo económico en regiones emergentes, como por ejemplo Brasil, China, la India, Indonesia o incluso África. Veamos la crisis como una oportunidad y desarrollemos la perspectiva necesaria para la economía social de mercado con un marco ordenador claro.

Antes de terminar me gustaría retomar la imagen que he utilizado al principio. Deberíamos plantearnos dónde deseamos estar dentro de cincuenta años y qué es lo realmente importante de cara a las próximas décadas. ¿Cómo se logra en último término el bienestar? ¿Qué sirve al bien común? ¿Y qué resulta duradero y sostenible?

La ciencia no ofrece una definición única de cómo medir el bienestar personal. Sin embargo, diferentes indicadores que intentan identificar los factores que influyen en la calidad de vida de las personas muestran que el crecimiento del Producto Interior Bruto por sí solo no conlleva una mayor felicidad. Siempre que las necesidades materiales básicas están cubiertas, la satisfacción ya no parece depender decisivamente de un plus material añadido sino más bien de la posibilidad de participar activamente en la vida social, de poder desenvolverse libremente en un entorno social estable. En este sentido, el bienestar supone sobre todo tener la oportunidad de llevar una vida feliz, creativa y llena de sentido. Muchísimas personas albergan este deseo y me alegra que por fin la ciencia se ocupe cada vez más de investigar experimentalmente el comportamiento humano y los principios psicológicos y sociológicos que lo rigen.

Hay otro dato que me llama la atención: en los países europeos se ha observado una estrecha relación entre la felicidad y la confianza en los demás. La confianza mutua y un trato sincero con los demás constituyen la base para el bienestar personal, para la cooperación y la cohesión. Precisamente este aspecto enlaza con la economía monetaria, en la cual los compromisos dan valor al dinero, al papel moneda. La confianza es irreemplazable, difícil de lograr pero fácil de romper. Sin embargo, fiarse los unos a los otros es la base para los bancos, para una economía de mercado eficiente y para un crecimiento sólido. Todo depende de la confianza. Debemos ser sinceros con los demás y con nosotros mismos.

Tenemos que hablar abierta y francamente sobre las carencias, porque vivimos en un mundo de recursos limitados. Intentar una y otra vez ignorar los efectos de la escasez sin reconocer la realidad tal como es no conduce a mejoras perdurables. En el mejor de los casos solo se consigue, como en la actualidad, ganar tiempo. Esta afirmación también es válida para nuestra manera de gestionar los recursos naturales y un estilo de vida al que cada vez aspiran más personas en todo el mundo. En estas cuestiones también dejamos de lado las limitaciones existentes, por falta de sinceridad y por no querer facturar los verdaderos costes de la energía, las materias primas y el uso del agua, el aire y el suelo.

Tal como ocurre en los mercados financieros también en estos ámbitos los riesgos y las responsabilidades están desacoplados. Por lo tanto es otro ejemplo de violación de los principios fundamentales de una gestión económica sólida. Actuando de este modo a menudo vivimos no solo a expensas de las futuras generaciones sino precisamente de aquellos sectores de población más vulnerables de nuestro planeta. Según las Naciones Unidas, los habitantes de los países más pobres del mundo sufren más las consecuencias del cambio climático como sequías e inundaciones, a pesar de ser los que menos han contribuido a este problema. Hace veinticinco años, la Comisión Brundtland ya exigió un desarrollo que “satisficiera las necesidades de la generación actual sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”.

No debemos empeñar nuestro futuro ni el de nuestros hijos para pagar las comodidades del presente. Necesitamos un cambio de rumbo hacia una gestión económica y presupuestaria sostenibles. Solo así se podrá conseguir una economía social de mercado que funcione bien. También por la responsabilidad que siento hacia mi hija de diecisiete años y mi hijo de tres quiero que tomemos ahora las decisiones oportunas para que incluso al cabo de varias décadas todos puedan vivir de un modo parecido a como vivimos nosotros hoy en día.

Desgraciadamente estamos lejos de tener un desarrollo sostenible. Todavía no somos capaces de cubrir las necesidades básicas actuales de toda la humanidad. Y somos más incapaces aún de mantener el margen de maniobra de las generaciones venideras. Deseo exhortarles a actuar en este sentido. Cambiar esta realidad es de hecho la tarea básica que todos, la ciencia, la economía y la política, tenemos ante nosotros. Confío en sus conocimientos, en su afán de investigar, en su entusiasmo y en su empeño para que veamos cómo se actúa enérgica y acertadamente y se logran resultados duraderos.

Uno de los fundadores de los Estados Unidos de América y el que fuera su tercer presidente, Thomas Jefferson, ya constató en el verano de 1816, es decir, hace ni siquiera doscientos años, lo siguiente:

“Debemos decidir entre ahorro y libertad o abundancia y servidumbre”. No cabe añadir nada más a estas palabras en este verano de 2011, el verano del desencanto y que, a mi entender, debería marcar necesariamente el comienzo de una profunda reflexión y cambio de actitud. Si así fuera habríamos aprendido realmente de las crisis. Muchas gracias.